Más de allá de que en la palabra nación exista un imperativo homogeinizante, la nación argentina es heterogénea. No es lo mismo el porteño que el santiagueño o el fueguino. Sin embargo, una característica común que los argentinos parecemos tener es nuestro apetito voraz por opinar acerca de cualquier tema.

En los sectores medios y urbanos, la aparición de las redes sociales tales como Facebook y Twitter ponen en la superficie esta costumbre.

A todos, o al menos a muchos nos gusta opinar. Es más me atrevo a decir que nos gusta más emitir juicios con rapidez antes que actuar. Por supuesto tenemos la libertad de hacerlo. La cuestión cambia me parece, cuando tratamos tópicos que van más allá de un tema deportivo o farandulezco. Desde ya, tenemos la libertad de hablar livianamente de temas científicos, políticos, teológicos, filosóficos. Pero una opinión elaborada en cinco minutos sobre estas cuestiones no puede pretender que tenga el mismo peso que otra elaborada luego de ejercer al menos un pequeño trabajo que involucre no solamente nuestro ímpetu por decir algo sino también que conlleve un pequeño esfuerzo de todo nuestro ser.

Por eso, ante diagnósticos instantáneos que se hacen durante el almuerzo en la oficina, o en un asado, o mientras vemos televisión, viajamos en colectivo, en taxi, o vamos manejando, se me ocurrieron que podríamos hacernos estas preguntas antes de pretender que nuestras opiniones tengan un grado de seriedad y relevancia que merezcan la pena leerse, escucharse o responderse:

¿Analizo la situación en su contexto?

Es muy común que tomemos unos cuantos hechos y mediante un proceso mágicamente inductivo lo llevemos a algo general. También tiene que ver con la capacidad de pensar en qué tipo de mundo y sociedad vivimos hoy.

¿Veo cuáles son los antecedentes históricos?

Hay una compulsión en muchas personas en dar consejos y sugerencias. Pero si desconocemos o conocemos escasamente la historia de una persona, todas nuestras recetas que haremos con tan “buena” voluntad no serán otra cosa que juicios apresurados. Si esto lo extrapolamos a un país, es increíble el desconocimiento e ignorancia sobre nuestra historia nacional que tienen muchos de los analistas y políticos más mediáticos. Muchos que opinan apenas conocen lo que ocurrió en Argentina durante sus vidas. Como mucho, repiten lo que escucharon, o sostienen una versión sesgada de la historia porque es en la que se sienten más cómodos.

Además esa ignorancia histórica muchas veces nos hace añorar tiempos ideales de justicia, republicanismo y equidad, que tal vez pocas o ninguna vez existieron.

¿Estoy haciendo catarsis sobre una experiencia personal?

Frecuentemente hacemos juicios basados en nuestra experiencia personal. Una expresión muy común es “Yo que la viví”.  Otras: “A mí me hicieron esto”, “Yo que no puedo comprarme aquello”. “Mi tío que fue radical”. “Por que mi papá me dijo que en la época de Perón tal cosa”.  La experiencia personal es realmente importante. No intentamos menospreciarla. Si uno fue víctima de un crimen, está muy bien que pueda exteriorizar esa bronca, esa impotencia, esa pérdida. Pero cuando la experiencia personal es utilizada para hacer una generalización sobre una cuestión ahí pierde validez (ni hablar cuando es usada por terceros con fines espurios, en donde lo que importa no es la víctima). TU experiencia personal puede ser muy diferente a la MÍA. Las dos son importantes. Si tomáramos solamente la experiencia personal como instrumento para resolver los problemas, solamente los que tienen mayor capacidad para “gritar”  terminarían imponiendo sus “soluciones”.

¿Considero lo que dicen los medios meramente como hechos?

Si bien muchos hemos aprendido que “no hay hechos, sino interpretaciones” (Nietzche), muchas personas siguen leyendo los diarios, escuchando la radio y mirando los noticieros como verdades reveladas. Si lo dice la TV es así. Recuerdo que alguien una vez me dijo: “Los diarios de la época decían tal cosa”. Hay varias falacias en este tipo de razonamiento. En primer lugar, “los diarios” no son “todos los diarios”. En casi todas las épocas, en especial en los tiempos de totalitarismos hubo medios subterráneos que mostraban otra interpretación de los hechos. En segundo lugar, la independencia informativa o de opinión no existe. Siempre en mayor o menos medida, se responde a intereses, prejuicios, preferencias, simpatías personales. Alguien también dijo una vez que “el medio es el mensaje” (Mc Luhan). Con esto no queremos decir que tenemos debemos ignorar lo que dicen los medios, pero sí al menos ser conscientes de que la noticia en general no es aséptica, que al elegir una noticia en general se está desechando otra. Por ejemplo, las noticias que elige Crónica responden a un determinado propósito que no es el mismo que TN, CN23 o C5N. Esto que parece tan obvio es ignorado en la vorágine diaria por muchos opinólogos.

¿Mi análisis u opinión contribuye en algo a una solución, es parte del problema, o lo agrava?

Vivimos en tiempos en los cuales creemos que al enunciar (o denunciar) un problema nos hace creer que estamos remediándolo. Si bien reconocer un problema es parte del avance hacia una solución, muchas veces la continua repetición del problema no hace otra cosa que agravarlo. Puede aumentar el pánico o acentuar la especulación. Por que nos hace girar todo el tiempo alrededor del mismo. Nos hacemos dependientes del problema. Termina siendo parte de nuestra vida cotidiana y no tenerlo nos representa un vacío. Por otra parte y como ya hemos dicho con frecuencia algo que se presenta como un problema, no es una situación desfavorable o se la quiere exaltar para bajarle el volumen a otras noticias. A veces una situación que lesiona intereses de sectores con mucho poder se presenta como un problema para toda la sociedad. Pretende de esta manera contar como aliada a la indignación de una parte de la sociedad, la cual termina siendo muchas veces rehén de enfrentamientos que le son ajenos.

¿Cómo veo mi posición respecto de la sociedad en qué vivo?

Con frecuencia nos gusta ser mucho más individuos que participantes de una sociedad. Creemos que nuestras acciones no repercuten en la comunidad. “Hago lo que me conviene”, “Esta es la  mía”, “Como todos roban, yo también lo hago”. Queremos que nuestros representantes tengan un estándar moral y ético que tal vez ni tenemos ni pretendemos tener.

Solamente nos preocupa algo si nos toca directamente. Y el reclamos de otros nos MOLESTA.

Si busco solamente mi oportunidad para sacar ventaja, soy solamente un individuo y no un integrante de la sociedad. Si mis modelos a seguir son Bill Gates o Steve Jobs: ¿Tengo derecho a quejarme por la sociedad que estoy ayudando a construir?

Si ignoro que soy parte de una sociedad, en la cual mis acciones y omisiones repercuten, terminamos siendo solamente una sumatoria de individuos.

¿Estoy esperando determinadas noticias?

Así como hay una parte emisora que selecciona las noticias, nosotros también, como parte receptora, esperamos a veces escuchar determinadas noticias. Si la noticia dice que “todos son corruptos” eso tal vez me tranquilice, “bueno, si todos son corruptos, yo también voy a hacer la mía”. “Si el sistema es salvaje, voy a pisar a todos los que se me interpongan en el camino”. Lo cierto es que ni “todos” son corruptos, ni “todos” son luchadores intachables. Existe de todo, en cada ámbito de la sociedad y lo mejor que podríamos hacer es no generalizar. Aunque por supuesto meter a todos en la misma bolsa siempre es más cómodo.

Esperamos determinadas noticias, para que confirmen también nuestra visión de la realidad, si tengo una visión pesimista, voy a aguardar ansiosamente las noticias apocalípticas.

Finalmente

Muchos hemos saltado directamente a la opinión sin pasar por el tamiz de preguntas como estas, y reitero, no es obligación estar continuamente dando opiniones “certificadas”. Después de todo son eso opiniones. Pero de vez cuando podemos agregarle un poco más de sustancia para que sea más interesante leerlas o intercambiarlas y terminen en algo más que en opiniones…