“El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción, lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano.” 

Jorge Luis Borges, “Nuestro pobre individualismo” (1946)

El jueves 15 de septiembre último durante el cacerolazo se manifestó una vez más ese sector de la ciudadanía que está claramente disconforme con el gobierno.

Me gustaría, repasar con el lector algunos modelos de gobierno (excluyendo el de tipo claramente dictatorial) que una nación puede tener. Nombraré por lo menos cuatro: 1) Revolucionario. En este caso se realiza un drástico cambio en las estructuras de poder y de producción. Podríamos mencionar por ejemplo el caso cubano 2) Conservador-Liberal: En este caso solamente se administran los problemas existentes, y se establecen de antemano que porcentaje de la población podrá acceder a tener trabajo, salud, vivienda, etc. La década de los ’90 en Sudamérica encarnó ese modelo. 3) Anarquista-Libertario-AutoGestión: Hay diversas variantes de este tipo. Este tipo de  gobierno es atractivo, pero exige una gran madurez de parte de la sociedad para que los más débiles no sean ultrajados. Además demanda una energía suficiente para tolerar un tiempo considerable de desorden, hasta que se llegue a un equilibrio. 4) Progresista: Se intenta cambiar las estructuras de manera gradual. Acumulando a veces más rápido, a veces más lentamente fuerzas y logrando aquellos consensos conducentes a la resolución de problemas.

Es importante que nos pongamos de acuerdo en algo: todo sistema, tiene sus ventajas y desventajas, y tiene diferentes tipos de derechos y responsabilidades tanto para los gobernantes como para los gobernados. Es decir salvo que vivas en una isla desierta, siempre tenés un grado de compromiso que asumir. Si no convenimos en esto, cualquier discusión posterior, creo que carece de sentido.

En las condiciones actuales en las que vivimos estoy a favor del modelo progresista de gobierno. Quiero además que sea nacional, es decir que persiga los intereses que beneficien a la nación y que sea popular. Popular no significa participar de un asado con carne semicruda escuchando cumbia. Tiene que ver con la defensa los intereses del pueblo por encima de corporaciones y elites.

Creo que hay tres causas principales del éxito del cacerolazo. La primera es la derrota electoral en la Ciudad de Buenos Aires, por el abrumador triunfo en las elecciones generales del año pasado. Nos olvidamos de que hay un grupo importante de habitantes de la ciudad capital que no están de acuerdo con el gobierno de CFK.

Haber insistido con la candidatura de Filmus en capital fue un error. Creo que el porteño en general desconoce la trayectoria de Filmus, a los sumo lo ve como un tipo honesto, bonachón pero que no le llama la atención como alguien que pueda solucionar sus problemas.

La segunda es la pobreza de comunicación ofrecida muchas veces por parte del gobierno nacional, como también de sus partidarios y adherentes. Hace poco escuché a Alejandro Dolina expresar que uno de los peligros actuales es que ante la debilidad argumental de la derecha argentina, quienes defienden un proyecto progresista, pierdan la tonicidad intelectual, con el consiguiente empobrecimiento del debate.

Temo decir que esto está sucediendo. Impactados por el envoltorio egoísta y reaccionario del cacerolazo, predominan en la discusión astucias más bien emparentadas con cantitos de una tribuna de fútbol o artimañas en la mesa de personas jugando al truco.

Es aquí cuando entran en juego uno de los enemigos de la inteligencia: los estereotipos. El estereotipo del oficialista que impera es una persona fanática, que lee Página 12 o Tiempo Argentino, ve 6,7,8 ,  tiene algún tipo de relación clientelar con el kirchnerismo y adhiere ciegamente a todo lo que hace el gobierno, sin pensamiento propio.

Pero también existe el peligro del estereotipo opuesto: Creer que todos los que salieron con la cacerola son señoras gordas y golpistas de Recoleta, lectora de Clarín o La Nación, interesadas solamente en sacar dólares, no perder privilegios, que ven TN continuamente sin ningún tipo de filtro.

Por ejemplo, no es beneficioso acusar a alguien que está en desacuerdo con el gobierno que “lo manda Clarín” eso puede llegar a ser tan reaccionario, como pensar que quien apoya al gobierno lo hace porque no puede pensar por sí mismo. Si decimos eso, provocamos que el otro se cubra de una coraza donde cualquier argumento ulterior es complemente inútil.

Hay una cuota pendiente del peronismo y más aun en su versión progresista la cual es ganarse el corazón del porteño. Esto no implica renunciar a principios, o establecer alianzas ridículas como la de Alfonsín hijo con De Narváez.

Me atrevo a decir que a la mayoría de los porteños no les atraen las alusiones ideológicas o relatos épicos, es cierto, muchos lo hacen porque les interesa realmente poco el país. Pero muchos otros porque desconocen los beneficios prácticos de realizar por ejemplo, una política a largo plazo de derechos humanos.

Faltó y falta mejorar la comunicación en cuanto a temas que son importantes para el porteño tales como la seguridad y la inflación. Sobre estos temas no se pueden dar mensajes elípticos y esporádicos. Sino que deberían ser frecuentes y concretos.

El kirchnerismo ha conseguido que un importante sector de la clase media haya cambiado su percepción acerca del peronismo. No obstante tiene una cuota pendiente para intentar si es posible, eliminar las brechas de la sociedad Argentina. Por ejemplo, creo que es hora lograr acuerdos estratégicos importantes por ejemplo con otros sectores progresistas por ejemplo el que representa Leopoldo Moreau en el radicalismo. Ya que la diferencia que más le debe importar al gobierno y al país, no es ser peronista, radical o socialista, sino si responde a los intereses del pueblo.

Es necesario, reconocer desde el gobierno nacional los gobiernos de Yrigoyen, Illia (aun reconociendo el error de la proscripción de Perón), y Alfonsín, y no solamente machacar con aquellos logros históricos ligados al peronismo. Se ha hecho algo respecto, a través del revisionismo histórico. Pero es necesario realizar un revisionismo aun más inclusivo, especialmente en estos momentos en los cuales un fuerte grupo económico quiere exasperar más aun los ánimos. Eso contribuiría a esa visión que tienen quienes no han votado al FPV de una visión de solamente blancos y negros. De esta manera los grupos de poder quedarían todavía más expuestos.

Si el gobierno nacional comienza a comunicar mejor, de manera frecuente y oportuna, buena parte de los que salieron el jueves no tendrán excusas. Por ejemplo aquí tiene que haber un compromiso, si la clase media exige con toda legitimidad mayor seguridad, y quiere medidas precisas y concretas, hoy, tiene que entender también que el problema de los más pobres también necesita una medida urgente.

Es decir, es necesario que el gobierno nacional explique qué, cómo, dónde, y cuándo se están haciendo cosas que tengan que ver tanto con la seguridad como contra la inflación. Para eso sería recomendable una menor exposición de la presidenta y elegir horarios oportunos para comunicar.

Quisiera intercalar algo aquí que creo importante que son ciertas fantasías (zonceras, diría Arturo M. Jauretche) argentinas, aunque con más arraigo en el porteñaje. Digamos que están emperentadas. La madre de todas esas fantasías ubica a la Argentina en un país en el cual los términos medios no son posibles. Es decir, o se dan todas las condiciones ideales de los otros países juntas o este es la peor nación toda la faz de la tierra. Es en cierta manera una fantasía autodenigratoria (otra vez, gracias Jauretche) por un lado, pero también narcicista, ya que el individuo (más que como ciudadano) cree que el país en el que le toca vivir no está a la altura de su estirpe.

Por eso es que se exijen consensos imposibles, ausencia total de corrupción. Que se diga con nombre y apellido quienes son los culpables de problemáticas, accidentes o tragedias, pero sin estar dispuesto a correr el riesgo ni dimensionar los conflictos (que paradójicamente se pretenden evitar) que eso acarrearía. Y se desea que se resuelvan inconvenientes como si el poder económico fuera graciosamente a renunciar sus privilegios. Se omite justamente eso que el poder económico es distinto y muchas veces mayor al poder político, debido al sistema capitalista globalizado en el que vivimos.

Queremos tener el poderío económico de Estados Unidos, la ausencia de caudillos populistas de Europa, la manera en que Sudáfrica encaró el proceso post-apartheid, el impulso tecnológico de Asia y el espirtualismo de Oriente. No digo que sea imposible, pero ¿no es por lo menos un poco exigente todo esto? Por otro lado, se pretende que mágicamente toda experiencia foránea pudiese ser transplantada sin ningún tipo de adaptación a nuestra realidad.

Y es aquí cuando nos encontramos con otro error frecuente, no solamente sacamos de contexto las cosas en cuanto al espacio, sino en cuanto al tiempo. En general no tenemos memoria. En gran medida porque nos han enseñado los hechos históricos de manera totalmente desconectada una de otra.

De esta manera, por ejemplo, la última dictadura la recordamos solamente como el acceso al poder de unos señores muy malos, que surgieron de la nada. No entendemos la connivencia con el poder económico, la complicidad civil, la conexión con los golpes anteriores, la continuidad de la política económica durante el menemismo, etc.

La tercera razón por la cual se produjo el cacerolazo de esta magnitud por la enorme fragmentación de la oposición. La ausencia de un partido político que convoque a quienes no coinciden con las políticas del gobierno. Otra opción es que se conforme un partido conservador de derecha de fuerte convocatoria, que blanquee la disconformidad de los votantes. No solamente blanquear la disconformidad, sino también el deseo de un país para pocos, para los más fuertes, para los que ya llegaron. Es que hay un sector de la sociedad que no quiere un gobierno progresista pero no se anima a confesar que alguien como Macri le cae bien o que no está dispuesta a un cambio revolucionario.

En síntesis, es importante saber cuál es el juego. Qué tipo de juego queremos. Y cuál es nuestro rol en el mismo. La cita que prologa este artículo describe brillantemente ese comportamiento de muchos argentinos. La lógica es la siguiente: “Todos los gobiernos han sido malos. Por lo tanto colaborar con el estado no tiene sentido. Lo que importan son solamente las voluntades individuales. Saldré a reclamar solamente si MIS DERECHOS se ven afectados, no me importarán los de los otros, y si me encuentro que otros ciudadanos están efectuando el mismo reclamo es meramente circunstancial”. ¿Pero todos los gobiernos elegidos por el voto han sido malos? ¿Quién dice eso? ¿Y quién dice que los gobiernos europeos o norteamericanos han sido siempre eficientes y honestos? Esa frase de Borges fue dicha en 1946, y que el gran escritor disculpe mi ignorancia, pero ¿Habremos aprendido algo en qué terminan nuestros caprichos individualistas?

Sería importante que el gobierno nacional mejore su política comunicacional, que sus partidarios hagan un gran esfuerzo por no herir susceptibilidades y enriquezcan su capacidad argumental. Por el otro lado, sería conveniente que aquellos están en medio de la marea, apoyándo activamente o no los cacerolazos, se pregunten que compromiso real tienen con el país. Si se comportan como ciudadanos, clientes o advnedizos. Si están dispuestos a recibir información que vaya más allá de lo que diga Clarín, TN, La Nación o los rumores que se desparraman por distintos medios. O por ejemplo abandonar comportamientos contradictorios tales como pretender que baje la inflación, pero poner el grito en el cielo cuando el gobierno interviene en la economía.

Las frustraciones y las decepciones individuales son legítimas, pero son nocivas cuando se estancan en el resentimiento, en el odio contra el que sea y como sea. Son peligrosas, cuando inconscientemente me hace aliado de mis propios opresores y no se encauzan en propuestas colectivas. Si el odio me ciega, en realidad no estoy aportando soluciones, solamente estoy agregando más combustible al supuesto incendio. Puede ser cierto que toda propuesta revolucionaria destruye lo existente para poder construir, pero cuando se queda a mitad de camino, el reclamo, por más catártico que fuere, simplemente se hace retrógrado, estéril y suicida

A los grupos de poder que siempre han estado apostando por el caos, para implementar sus políticas de exclusión y aumentar sus ganancias y privilegios, solamente puedo rogar para que un milagro los cambie.